El blanco animal riguroso (leucismo, término tan horrendo que propongo albomelanismo, mucho más elegante, donde va a parar) es en la naturaleza un color extraño fuera de los ambientes nevados. El contraste con un fondo más oscuro lo convierte en una característica poco propicia para pasar desapercibido, circunstancia que casi todo animal pretende durante buena parte de su existencia. Es por esto que el albinismo (falta de pigmentación) excita nuestra imaginación de una manera tan efectiva.
Si la cara amable del albinismo resulta evidente (Copito de Nieve, Snowdrop…), en la literatura las cosas no han sido siempre tan tiernas.
Los «Morlocks» de «La máquina del tiempo» (1895) de H.G. Wells (1866-1946), en contraste con los Eloi («gráciles, vegetarianos e inofensivos«), eran criaturas «de un blanco desvaído, y que tenía unos ojos grandes y extraños de un rojo grisáceo, y también unos cabellos muy rubios que le caían por la espalda (…) ¡Aquel ser se asemejaba a una araña humana! (…) Habitan el subsuelo del planeta, en total oscuridad, por lo que tienen unos ojos de un tamaño anormal y muy sensibles«.
Abundando en lo anterior, hace algo más de 150 años, Herman Melville (1819-1891) publicó Moby Dick (1851), un texto que cambiaría la visión que el gran público tenía acerca de las ballenas. Ahora bien, el cachalote que finiquitó la obsesión del Capitán Ahab (y a él mismo), estaba basado en un monstruo marino real: Mocha Dick. Este animal fue un cachalote albino que realmente hundió barcos durante 40 años hasta que una tripulación constituida por tripulantes internacionales fletó una embarcación con el único objetivo de acabar con el monstruo.
Alex Hearn, Jefe de BIOMAR de la Fundación Charles Darwin de las Islas Galápagos me envía un vídeo que muestra un tiburón ballena albino. Las imágenes han sido tomadas por Antonio Moreano en la Isla de Darwin. Juzguen ustedes si se trata de un monstruo amable o terrorífico.